«Cuando la meditación aumenta el egoísmo» – V. Lama Emersom Karma Kontchog

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«Cuando la meditación aumenta el egoísmo»

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V. Lama Emersom Karma Kontchog

Pensaba escribir dos textos sobre temas diferentes, pero como los asuntos están relacionados, lo juntaré todo. El primero es sobre un estudio que señala que la meditación del tipo mindfulness puede tener un efecto bastante negativo. El segundo es sobre un gran libro que quería leer hace tiempo: A Paradise Built in Hell, de Rebecca Solnit.

Una encuesta de 2021 a unas 350 personas mostró que la técnica de meditación conocida como «mindfulness» provoca una disminución de las actitudes altruistas en personas de disposición individualista. En este estudio, «individualista» se refiere a alguien que se identifica predominantemente a sí mismo como independiente de lo que le rodea (en contraposición a un concepto de sí mismo interdependiente con otras personas, seres, ambiente, etc.), persiguiendo objetivos individuales como el autoperfeccionemiento y la autonomía.

Este resultado prueba algo que los críticos ya sospechaban: la práctica de la meditación desvinculada de los valores altruistas potencia esta situación, el descarte del altruismo.

También sospecho que, lamentablemente, ésta es la motivación de la mayoría de las personas que terminan involucrándose con la práctica, ya que una mentalidad obsesiva de perfeccionamiento individual es estimulada en los valores dominantes de nuestras sociedades; por ejemplo, valores como la búsqueda del beneficio individual que desprecia el sufrimiento de los demás.

Un problema crónico y sistémico de esto es que terminamos siendo impotentes para resistir estos valores o intentar expresar algo diferente. En general, ni siquiera somos conscientes de que existe una fuerza casi omnipresente que empuja en esa dirección.

Así pues, al acudir a la meditación buscando cosas como la mejora, la satisfacción y el equilibrio, el resultado probable será lo contrario de eso, teniendo en cuenta que el desprecio egoísta hacia otras personas aumenta tanto el sufrimiento de los demás como el individual.

La persona con mejor concentración y atención, sí, será más competente en sus habilidades, pero estas habilidades terminan causando desequilibrio si están alienadas de la realidad mayor de la interdependencia, y del altruismo que es consecuencia del reconocimiento de esta naturaleza.

Una buena noticia de la investigación citada es que las personas «individualistas», en caso de ser influidas con contenidos que valoren la interdependencia antes de la meditación, muestran un aumento de las actitudes altruistas o prosociales. Esto también comprueba algo que tradiciones como el buddhiismo Mahayana han empleado durante siglos: las meditaciones de concentración siempre deben ir precedidas de reflexiones compasivas.

Este estudio también demostró lo contrario es cierto: si las personas más altruistas son influenciadas con contenido individualista antes de la meditación, reducen el comportamiento pro-social.

Ante esto, inevitablemente, recuerdo los efectos de la diseminación de valores negativos a los que estamos expuestos inconscientemente; por ejemplo, el beneficio individual como bien supremo, el especismo humano (supremacía del ser humano sobre otras formas de vida), el culto narcisista promovido en las redes sociales, etc. Por mucho que alguien concuerde con valores menos reduccionistas, no es fácil permanecer inmune a la forma en que somos estimulados a pensar y actuar en las esferas social, profesional, familiar, espiritual, etc.

Altruísmo Natural

Al final, «meditar» en algo no es más que familiarizarse con eso ( esta es la definición de meditación en el buddhismo tibetano, por ejemplo). Así que, incluso sin saberlo, estamos meditando todo el tiempo, cultivando algún tipo de actitud, reforzando algún tipo de búsqueda o fijación.

Aunque por debajo de este condicionamiento social reposen cualidades altruistas naturales, ellas terminan encubiertas y neutralizadas.

He escrito varias veces sobre el altruismo como siendo nuestra verdadera naturaleza, encubierta (por ejemplo en «Cambiar la visión sobre nosotros puede cambiar el mundo» y «Nuestra compasión natural puede salvarnos»). Es por eso que, como ideal sociopolítico, creo en el anarquismo. No el anarquismo asociado al caos y a los cristales rotos, eso — de hecho, es lo contrario de lo que define este pensamiento.

El actual orden político, económico y social parte de un supuesto sobre la naturaleza humana: «Está bien que haya competición, explotación y desigualdad extremas porque estos elementos definen quiénes somos. La propia naturaleza se basa en eso». Entonces se necesita autoridad, represión y violencia para contener nuestros impulsos destructivos, el caos…».

Ahora bien, si cualidades como la cooperación, la ayuda mutua espontánea, la solidaridad y la fraternidad fueran las verdaderas expresiones de nuestra naturaleza más profunda, ¿en qué tipo de sociedad o de mundo se reflejaría esto?

Con el debido reconocimiento e incentivo de estos valores, ya no necesitaríamos más de personas con poderes especiales para controlarnos. Las desigualdades injustas serían corregidas, la codicia egoísta pasaría a considerarse una desviación perjudicial, la búsqueda de la igualdad no necesitaría más ser reprimida con violencia, etc.

Esto es lo que define la «ausencia de gobierno» (por «gobierno», entiéntase personas con poder sobre otras), que es el significado literal de «anarquía».

Paraíso en el Infierno

Entonces llegué al libro que quería comentar, A Paradise Built in Hell («Un Paraíso Construido en el Infierno», 2010), una obra considerada de lectura obligatoria en los movimientos que valoran la descentralización, porque documenta la autoorganización y la solidaridad que brotan espontánea y naturalmente en situaciones colectivas de emergencia, cuando falla el poder establecido.

El infierno del título es la suspensión del orden habitual y el fracaso de los sistemas dominantes que suceden generalmente en los grandes desastres, como terremotos o catástrofes naturales. El paraíso, en cambio, es la libertad que surge para que las personas vivan y actúen de un modo diferente en estas situaciones, libres de las estructuras represivas u opresivas.

Esta es una característica humana colectiva poco conocida, pero muy bien documentada históricamente: en estas situaciones de grandes desastres en las que el gobierno no llega o tarda demasiado, la regla no es el caos de un temible sálvese quien pueda, sino una organización social espontánea cohesionada, extremadamente compasiva y desinteresada, sin jerarquías de poder ni búsqueda de beneficios, que rápida y eficazmente se hace cargo de la situación.

Por ejemplo, además de servicios esenciales como la distribución totalmente voluntaria de alimentos, alojamiento, ropa y asistencia, es habitual que las personas organicen iniciativas de apoyo mutuo como centros de cultura y arte, bibliotecas, talleres y cafés de forma mucho más libre y comunitaria.

Esto se desconoce porque se desvía de la regla que suele guiar el enfoque de la desgracia humana en las noticias o incluso en los libros de historia.

Recuerdo un ejemplo reciente que ilustra bien esto. Durante las protestas del movimiento Black Lives Matter en 2020 en Estados Unidos, una comunidad de Seattle expulsó a la policía de su barrio. Los titulares de la televisión hablaban de cosas como » Anarquistas desafían la ley» y se centraban en los policías rodeando la zona, armados para una guerra.

Pero cuando aparecieron imágenes de helicópteros de la zona «afectada», el clima era muy distinto del peligro alardeado en las noticias. Las personas distribuían medicinas y libros, alimentaban y cuidaban a los sin techo, con grupos musicales y otros artistas ocupando sus calles, decorándolas festivamente, con el vecindario celebrando y compartiendo comidas y bebidas.

Quedé muy curioso con esta liberación, pero los periodistas sólo hablaban de «caos en la ciudad», «no hay policía», » es necesario restablecer el orden», etc.

A pesar de las pérdidas trágicas y masivas habituales en desastres de mayor envergadura, es frecuente entre los relatos una sensación de magnífico descubrimiento, de la vivencia de todo el potencial y sentido humanos, hasta entonces inéditos. Muchos dicen que esto los transformó para siempre, reorientando toda su vida.

La autora del libro, Rebecca Solnit, encontró claramente este patrón en los registros de diversos grandes desastres ocurridos a lo largo de más de un siglo, lo que favorece bastante la idea que he mencionado de que, bajo un condicionamiento social predominantemente egoísta, reposan actitudes latentes de una naturaleza altruista.

A pesar de esta liberación temporal, basta que los sistemas de poder, represión y vigilancia se restablezcan para que todo regrese a la «normalidad».

Rebecca también aborda, de forma destacada en el libro, cómo el cultivo ampliamente diseminado de tendencias destructivas —como el racismo, la demonización de los demás y la paranoia— tienen el poder de multiplicar la tragedia de un desastre natural.

Esto ocurrió durante la inundación de Nueva Orleans por el huracán Katrina, en 2005. A pesar de que las iniciativas de ayuda mutua y solidaridad siguieron el patrón de otros desastres, la ciudad ya sufría estigmas de criminalidad y oleadas de racismo.

Los rumores infundados amplificados en los medios sobre saqueos, asaltos y violaciones, junto con las acciones de las milicias supremacistas armadas, provocaron una escalada de violencia.

Como dice la autora, la idea que nutrimos sobre cómo son las personas que nos rodean determina cómo será nuestra actitud en emergencias. ¿Vamos a tomar la comida extra de la despensa y compartirla con los vecinos, o vamos a atrincherarnos con rifles y apuntaremos a cualquiera que amenace con acercarse?

En el caso de Nueva Orleans tras el huracán Katrina, la tensión social y racial —provocada en gran medida por la diseminación de rumores y noticias falsas racistas— hizo que estallaran los casos de personas disparando a sus vecinos.

Al final, los conceptos que cultivamos sobre cuál es la naturaleza humana —¿vamos a ayudarnos unos a otros, o es un «sálvese quien pueda, todos contra todos»?— son cruciales para la realidad que construimos, siendo mucho más determinantes que, por ejemplo, la capacidad de atención de la meditación mindfulness.

Sin embargo, la «meditación» que hacemos sin percibir -o más bien, que los valores predominantes impulsados en la sociedad nos hacen replicar y difundir- también terminan siendo instrumentales en la fabricación de las catástrofes político-socio-ambientales del fin del mundo en que vivimos. Por eso, tomar conciencia de este proceso es ya un primer paso para revertirlo.

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Extraído desde:

https://substack.com/ 

21 Junio de 2023.

© 2023 Emersom Karma Kontchog

Traducido del portugués al español por Kunga Samten Daleffe

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