«Abrazar la muerte» – por Phra Paisal Visalo

.

.

«Abrazar la muerte«

por

Phra Paisal Visalo

“Para afrontar el sufrimiento,
cuando llegue el momento de la muerte,
has de estar siempre preparado”.

- Phra Paisal Visalo -

La vida y la muerte son en realidad la misma cuestión. Moriremos más o menos de la misma manera en que vivimos. Si vivimos en la ignorancia, nuestro momento final probablemente lo pasaremos en agonía, sin ningún sentido de paz y atención plena. Pero si cultivamos constantemente méritos y autoconciencia, deberíamos poder fallecer en paz, estando en un estado de atención plena hasta nuestro último aliento.

La vida del despierto es estar consciente de la prevalencia de la muerte todo el tiempo. Estando siempre esta disposición a enfrentar la muerte. E incluso cuando la mente aún no se siente lista, se puede entrenar más cada día a medida que la persona cumple con su deber de la mejor manera, habiendo aceptado que la incertidumbre no es más que una realidad de la vida.

Existen varios métodos para cultivar esta contemplación de la muerte, o moranassati. El solo pensar que todos moriremos tarde o temprano, y por lo tanto debemos maximizar el tiempo restante que tenemos, es un ejemplo. Sin embargo, para la mayoría de las personas, esos recuerdos pueden no ser suficientes. Es posible que estén interesados por un tiempo, pero eventualmente, sus vidas volverán a caer en los mismos patrones de hábitos, y volverán a entregarse al trabajo o al entretenimiento que tienen entre manos, mientras olvidan qué es lo más importante que pueden hacer en sus vidas.

Una forma sencilla de contemplar la muerte es imaginar lo que nos podría pasar si la muerte realmente ocurriera ahora. ¿Qué perderíamos? ¿A quién extrañaríamos? Puede surgir un sentimiento de dolor en aquellos que piensan que aún no están preparados. Pero una situación tan desagradable podría ayudar a estar más preparado, practicando durante el tiempo que nos quede para afrontar el sufrimiento cuando llegue el momento de la pérdida.

Aquí hay algunas ideas más sobre cómo contemplar la muerte y el morir:

Practica el morir antes de dormirte

El final del día, en el momento de descansar la mente y el cuerpo, es una buena oportunidad para reflexionar sobre la inevitabilidad de la muerte. Practicar el proceso del morir como si lo estuviéramos afrontando en este mismo momento. 

La postura adecuada es tumbarse y relajar cada parte del cuerpo desde la cabeza hasta los dedos de los pies y especialmente la cara. Inhala y exhala libremente. Siente la punta de tu nariz y la suavidad de las inhalaciones y exhalaciones. Deja cada pensamiento, ya sea sobre el pasado o el futuro.

Mientras la mente se calma, piensa en cómo nos acercamos a la muerte. Simplemente no sabemos cuándo. Esta noche podría ser la última noche para nosotros. Puede que el mañana nunca llegue.

Piensa en cómo cada aliento se disolverá cuando llegue la muerte. El corazón dejará de latir. El cuerpo ya no podrá moverse y se volverá frío y rígido, como un tronco sin utilidad.

Entonces piensa en cómo todo material valioso que hemos adquirido y conservado ya no será nuestro. Pertenecerán a alguna otra persona. No podremos hacer nada con ellos. Lo que solíamos apreciar quedará desatendido.

Es más, ya no tendremos otra oportunidad de hablar con nuestros hijos o con algún ser querido. Todo lo que solíamos hacer con ellos pasará a ser cosa del pasado. Ya no podremos visitar a nuestros padres ni hacer nada más por ellos. Ni siquiera habrá tiempo para despedirnos, ni para hacer las paces con aquellos con quienes hemos tenido rencores.

También habrá que dejar atrás todo el trabajo, incluso el que no se ha terminado. Ya no podremos hacer ninguna revisión adicional. Por importante que sea ese trabajo, habrá que abandonarlo. Lo mismo ocurre con todos los conocimientos y experiencias que hemos acumulado: todos desaparecerán con nosotros.

Toda la fama, el poder y los seguidores dejarán nuestras manos. No importa cuán poderosos seamos, no podremos llevarnos ninguna de estas cosas con nosotros. No esperen que la gente siga elogiándonos después de nuestra muerte. Incluso nuestro nombre será finalmente olvidado.

Mientras reflexionamos sobre esto, observemos nuestros sentimientos. ¿Nos preocupamos, nos arrepentimos o tenemos apego a alguno de estos? ¿Estamos dispuestos a aceptar estas pérdidas? Si no, ¿qué es lo que nos mantiene todavía agitados? Tal contemplación nos ayudará a darnos cuenta de que hay algunas cosas que deberíamos hacer pero que aún no hemos hecho (o no hemos hecho lo suficiente), así como cosas a las que todavía sentimos un fuerte apego. Esta conciencia nos impulsará a hacer cosas importantes pero que a menudo se pasan por alto, así como a practicar el arte de soltar.

Contemplación de la muerte en distintas ocasiones

De hecho, uno puede contemplar la muerte en cualquier momento del día. Cuando se viaja, en coche, barco o avión, estando siempre preparado. Si sucede algo adverso en los próximos segundos, ¿cómo deberíamos afrontarlo? ¿Qué pensaríamos primero? ¿Estamos dispuestos a renunciar a todo aquello a lo que nos sentimos apegados en ese momento?

Al salir de casa pensar si este podría ser nuestro último viaje y que tal vez no podamos volver a ver a nuestros padres, seres queridos o hijos. ¿Queda algo de lo que podríamos arrepentirnos por no haberlo terminado primero? ¿Hay algún conflicto que desearíamos haber reconciliado? Esta conciencia nos impulsará a tratar mejor a nuestra familia y a no dejar que ciertos problemas se resuelvan en el futuro, porque tal vez ese día nunca llegue.

Leer periódicos, especialmente los informes sobre accidentes o desastres, es otro momento oportuno para reflexionar sobre la incertidumbre de la vida. Cualquier cosa podría suceder sin previo aviso; la gente puede morir en cualquier lugar y momento. Intenta pensar en cómo también podría pasarnos lo mismo a nosotros. ¿Seremos capaces de afrontarlo? ¿Estamos preparados para morir?

Asistir a un funeral también debería ser el momento para recordarnos la inminencia de la muerte. Una vez, también el difunto caminaba y se movía como nosotros. En el futuro, todos tendremos que acostarnos como él o ella, sin poder llevarnos nada más que los efectos de nuestras buenas o malas acciones.

El mejor maestro de Dharma es el cuerpo en el ataúd frente a nosotros. Él o ella está tratando de despertarnos de la indulgencia y la negligencia en la vida. Quien crea que aún le quedan algunos años más tendrá que pensarlo mejor cuando asista al funeral de un niño o de un adolescente. Aquellos absortos en su poder deberían darse cuenta de que por «grandes» que hayan sido, todos terminarán siendo más pequeños que el ataúd que contendrá su cuerpo.

De manera similar, al visitar a la persona enferma, debemos recordar que nuestro cuerpo algún día estará en condiciones similares. Una vez más, el paciente, especialmente el enfermo terminal, es como nuestro maestro de Dharma. Cualesquiera que sean sus reacciones (ansiosas, traumáticas, desesperadas), nos están enseñando cómo prepararnos para que, cuando llegue nuestro turno, no suframos tanto como ellos. El enfermo que parece estar en paz y ser capaz de mantener la compostura a pesar del aparente dolor físico, también nos está mostrando ejemplos de cómo nosotros también debemos prepararnos, especialmente mientras aún gozamos de buena salud.

Mantener nuestra mente tranquila en tiempos de enfermedad es lo mismo que mantener nuestra mente tranquila cuando enfrentemos la muerte. Así que pensemos en el período en el cual nos enfermamos como un ejercicio para prepararnos para la muerte. La enfermedad es como las primeras lecciones antes de pasar al nivel más difícil: si no podemos lidiar con la enfermedad, ¿cómo podremos enfrentar la muerte?

Recordatorios sobre la muerte

Podríamos aplicar cualquier cosa que encontremos en nuestra vida diaria para recordarnos la muerte. Ello depende de las circunstancias y la creatividad de cada uno.

Algunos maestros de meditación tibetanos vertían toda el agua de sus vasos personales y los colocaban dados vuelta junto a sus camas. Lo hacían porque no estaban seguros de poder despertarse y utilizar el vaso nuevamente al día siguiente. Por tanto, para los maestros el ritual servía como un recordatorio de que la muerte podía llegarles en cualquier momento.

Tiempo después, una escritora tailandesa conoció esta historia y la aplicó a sí misma: cada noche, antes de acostarse, siempre se asegura de que todos los platos estén bien lavados. Entonces, si muriera mientras dormía, no quedarían platos sucios como carga para los demás, dijo.

Un hombre de 55 años utilizó canicas como «recordatorios de su muerte». Cada canica equivale aproximadamente a una semana de vida. El hombre ha calculado que si alcanzara la media de vida, calculada en unos 75 años, le quedarían unas 1.000 semanas. Entonces compró 1000 canicas y las puso en una caja de plástico. Cada semana sacaba una canica de la caja. La cantidad cada vez menor de canicas le recuerda que sus días están contados. Le recuerda la muerte inminente, lo que le permite elegir hacer lo más importante y no dejarse llevar por la preocupación por lo que es intrascendente.

Cada persona puede elegir diferentes «recordatorios», desde el amanecer y el atardecer, o la flor que brota en un capullo, florece y finalmente se seca, o una hoja que brota de la rama de un árbol y finalmente cae al suelo. Ellos nos recuerdan la fugacidad de la vida. El Señor Buddha sugirió una vez que uno debería ver la vida como la superficie espumosa de las olas, o como una gota de rocío, un relámpago; todos ellos son transitorios, y también lo es nuestra propia existencia.

Otras actividades para prepararse para la muerte

Podríamos intentar un ejercicio de «soltar» a nuestras amadas personas y pertenencias. Elije siete objetos (podría ser una persona, un animal de compañía o algo que consideremos querido) y pregúntate: ¿si nos viésemos obligados a renunciar a algo, a cuál sería? Continúa con cada uno de los seis objetos restantes. Podríamos imaginarnos en una situación desagradable, como enfrentar un incendio, un terremoto o un accidente, que nos impulse a perder cada uno de nuestros objetos más preciados. ¿Qué elegiríamos conservar? ¿Y qué abandonar?

Un ejercicio así nos enseñará a soltar. Nos ayudará a revisar nuestros propios conjuntos de apegos, para descubrir cuáles consideramos más importantes en nuestras vidas. Algunos pueden descubrir que aman o se preocupan más por los perros que por sus hermanos y hermanas. Otros pueden estar dispuestos a abandonar todo menos a su muñeca favorita. Otros elegirían su computadora como el último elemento al que abandonar. Es posible que descubramos algo en nosotros mismos de lo que no habíamos sido conscientes antes y luego podríamos intentar adaptarnos a las circunstancias cambiantes. Todo esto es crucial en la preparación para la muerte ya que al final tendremos que perderlo todo de una forma u otra. En realidad, incluso cuando todavía estamos vivos, estamos destinados a perder ciertas cosas o personas, y a menudo sin la capacidad de elegir qué nos gustaría conservar y qué nos gustaría perder.

Contemplación de la muerte y el morir

Aquí tienes un ejemplo de una oración que puedes recitar todas las noches, como una forma de recordar la fugacidad de la vida:

«Mientras inhalas y exhalas, trata de mantener tu mente en un estado de calma y paz.

Imagina una imagen de una hermosa flor. Luego visualiza cómo la misma flor comienza a marchitarse, perdiendo cada pétalo, uno a uno. Cómo los colores que alguna vez fueron deslumbrantes se desvanecen lentamente hasta que finalmente toda la flor queda sin vida.

Imagina un escenario de un hermoso paisaje al amanecer. Cómo todo el cielo se baña con la primera suave luz del día. Luego piensa en el mismo lugar al mediodía, cuando el sol está en su punto más intenso. El tiempo pasa poco a poco hasta que llega el anochecer y finalmente todo se disuelve en la oscuridad.

Hemos de absorber todas estas imágenes en nosotros mismos. Nuestra existencia es como la flor que un día se marchitará. Y al igual que el sol que tiene que abandonar el cielo todos los días, todos tendremos que abandonar esta Tierra tarde o temprano.

Todos tendremos que abandonar esta Tierra. Nadie sabe cuándo llegará ese momento. Tal ves el próximo año. Quizás el próximo mes. O posiblemente mañana.

Imaginemos que hoy es el último día que viviremos en esta Tierra. Ya no habrá mañanas para nosotros. Cuando llegue el día de mañana, nuestro cuerpo estará inmóvil y ya no podrá sentir nada, ni siquiera nuestra propia respiración.

Imaginemos que en las próximas horas, a todas las personas que hemos conocido, con las que hemos hablado y reído, esas que siempre han formado parte de nuestras vidas, ya no podremos volver a verlas. No hay excepción alguna.

Imaginemos la imagen de nuestros padres, hijos, hermanos y hermanas a quienes conocemos todos los días. Tendremos que dejarlos todos en las próximas horas. Imaginemos el rostro de nuestra amada. Pronto llegará el momento de dejarla. Imagina lo pronto que tendremos que dejar atrás a todos los amigos. Ya no podremos volver a verlos.

Piensa en lo que ha pasado esta mañana. ¿A quién vimos? ¿Qué hicimos? Piensa en el tiempo que pasamos durante el desayuno esta mañana.

Piensa en la vez que fuimos a despedir a nuestros hijos al colegio. Piensa en los amigos que hemos conocido en la sala de reuniones.

Piensa en todos los objetos de valor por los que hemos trabajado duro para adquirirlos. La casa, los coches, las joyas, el dinero, todas las cosas que solíamos valorar. Pronto tendremos que renunciar a todo lo que alguna vez tuvimos.

Piensa en todo el trabajo que hemos amado y al que nos hemos dedicado a lo largo de todos estos años. Sea lo que sea, ahora ya no tendremos la oportunidad de hacerlo. Todo el trabajo que aún queda por hacer, ahora ya no habrá tiempo para terminarlo.

Pronto el mundo que hemos conocido, toda nuestra vida desaparecerá. No quedará nada. Nada en absoluto. Lo importante es que toda nuestra vida llegará a su fin en las próximas horas.

Ahora regresemos para explorar nuestros sentimientos de este momento. ¿Cómo nos sentimos ahora? ¿Tenemos miedo? Contempla este miedo. Siéntelo. Reconócelo. ¿A qué le tenemos miedo exactamente? ¿Dónde se encuentra realmente este miedo? Asume este sentimiento llamado miedo. Observemos nuestras propias reacciones minuciosamente.

¿Estamos preocupados por algo? ¿Qué creemos que es más difícil de dejar atrás? ¿Nuestro padre y nuestra madre? ¿Nuestro amado? ¿Nuestros hijos? ¿Amigos? ¿Poder? ¿Trabajo?

Mantengamos nuestro corazón tranquilo. Contemplando si todo lo que pensamos nos pertenece: ¿son realmente nuestros? ¿Podemos llevarlos con nosotros? ¿O simplemente los ponemos bajo nuestro cuidado, pero sólo por un tiempo? Ahora es el momento de que los dejemos para que otros puedan cuidarlos y hacer uso de ellos.

A todo el trabajo que hemos hecho, ahora es el momento de dejarlo. Es hora de que otros sigan adelante. Hemos dejado suficientes legados en esta Tierra. Ahora ya son parte de esta Tierra y no nuestros. Ya no son algo de lo cual deberíamos preocuparnos.

Nuestros padres, hijos, hermanos y hermanas, y todos los que hemos querido, hemos tenido la fortuna de vivir con ellos durante un tiempo. Hemos hecho lo que se debía hacer. Ahora es el momento de despedirnos. No te preocupes de que no sean capaces de vivir sin nosotros. Antes solíamos dejarlos solos. La única diferencia es que esta vez tendremos que dejarlos más tiempo que antes.

Pronto tendremos que abandonar este cuerpo. Este cuerpo no es nuestro. Lo hemos tomado prestado de la naturaleza.

Hemos recibido este cuerpo gratuitamente a través de nuestros padres. Ha llegado el momento de devolverlo a la naturaleza. Ahora es el momento de que este cuerpo regrese a los cuatro elementos de la naturaleza: la Tierra, el agua, el aire y el fuego.

Ahora es el momento de despojarnos de todo sentimiento de culpa, ansiedad y remordimiento. No dejemos que estos sentimientos carguen nuestro corazón. No es demasiado tarde para pedir perdón. Ahora pidamos que nos perdonen a todas las personas a las que alguna vez hemos lastimado o perjudicado. Que cada uno de nosotros esté libre de animosidad recíproca.

Si todavía guardamos rencor o sentimientos de venganza hacia algunas personas, abandonémoslos. No dejemos que los malos sentimientos nos coman por dentro. Perdónalos. Perdonemos a todos los que nos han hecho sufrir. Liberemos nuestro corazón de todo el odio y la ira. Que todos vivamos en paz.

Finalmente, hay que abandonar todo lo que solíamos sostener como nuestro. Renunciar a todo, incluidos nosotros mismos. En realidad, no hay nada que pueda considerarse nuestro, ni siquiera eso que llamamos «mío». Realmente no es nuestro. Abandona todo apego a la noción de ti mismo. No anticipes lo que nos sucederá, en qué forma renaceremos. Sólo recuerda que sea lo que sea, será [otra causa de] sufrimiento. No hay nada a lo qué aferrarse, a qué sostenerse. Renuncia a todo, ya sea el pasado o el futuro. Mantén tu mente en el estado de paz, de vacuidad, de la dicha de la libertad completa.»

. .

. .

Extraído desde:

http://www.visalo.org/

para su traducción del inglés al español

por Kunga S.D.

.